Visión del llano

Visión del llano
fotografía por Joha Juárez

lunes, 2 de junio de 2014

Para que no te pierdas nada de este Festival






Segunda noche Elástica: Pagés, Venturini y Lamberti

Mariano Pagés

Los Cachitos  (novela inédita)

  Cachito insistió para que la urna que contenía las cenizas de Ángel quedara en casa de su madre; no fue difícil convencer a la esposa de su hermano, que con tal de no saber más nada le había entregado la caja con los restos de lo que había sido su marido. La madre no lograba explicarse por qué motivo Cachito se empeñaba en guardar los restos del otro hijo y, como si fuese poco, erigirse en el guardián del cofre con cenizas. Por pedido expreso de Ángel la madre lo había mandado a cremar, había que respetar la última voluntad del muerto, por lo menos eso.

  A modo de centro de mesa, la urna de roble, como la puerta de la casa; madera noble para guardar lo que quedaba de Ángel.

  No tuvo complicaciones para sacar la caja con las cenizas de la casa materna, la madre no se percató de nada y ahora estaba allí, casi como un arreglo floral en el medio de la mesa. Las cosas no habían cambiado mucho, Cachito se había mudado a la casa que habitara Ángel dejando todo su mobiliario en la casa de la madre; dormía en la misma cama que durmiera Ángel en vida y ocupaba los mismos lugares que ocupara otrora su hermano, la cocina.

  La soledad de la casa aumentaba los ruidos, a los que estaba acostumbrado Ángel pero no así Cachito, que miraba para todos lados, como atemorizado por una presencia extraña, inquietante. Sospechaba que el espíritu errante de su hermano se desplazaba por todas las dependencias de la casa, ahora enorme, arrastrando las cholas, como lo hiciera el abuelo, tal como se lo había confiado Ángel una noche de tormenta. 

  Empezó a sentir miedo, un temor a lo desconocido que no lograba conjurar y de repente lo asistió un pensamiento que juzgó acertado dadas las circunstancias; tomó la urna con cuidado, la atrajo hacia él y la destapó, del interior de la caja le pareció percibir que fluía un aroma, veía el olor, en lugar de olerlo lo veía como una estela que buscaba reunirse con los ruidos que provenían de los dormitorios, del living, del garaje, sin saber precisar exactamente de dónde. 

  Enfocó la vista en el interior de la caja y vio cenizas disueltas, su hermano pulverizado, incinerado, nada más que eso, a lo sumo algunos terrones mal fundidos por el fuego que fue rompiendo con los dedos conforme se iba introduciendo de a pellizcos los restos de su hermano por la nariz y, como no daba abasto,  por la boca. Comenzó a tragarse la ceniza, y a bajarla con cerveza y sintió cómo todo empezaba a ponerse en su lugar, o eso creía, y así como había usurpado la identidad de su hermano aquella vez de la moto, ahora estaba haciendo otro tanto, pero esta vez lo deglutía, y con placer, hasta que comenzó a sentir voces que venían de su estómago, como si su hermano le hablara desde las tripas, como si él, Cachito, fuese un ventrílocuo. (...)


Santiago Venturini



De Vida de un gemelo (inédito)


5

Harto de la vida sedentaria
quiso que nos volviéramos nadadores.

En la pileta de un club,
con un gorro de goma
comprimiéndonos el cráneo
y unas antiparras empañadas
perfeccionamos nuestro crawl.

Una mañana,
en el fondo azulejado de esa pileta
en la que se lavaban pubis y escrotos
de todas las edades,
      vio
                                    dijo
un par de zapatos marrones
idénticos a los que usaba alguien
que él conoció muy bien.

Me obligó a sumergirme en ese lugar:
parado en el fondo como un buzo,
con tres metros de agua sobre mi cerebro,
no vi nada más
que brazos y piernas de señoras anfibias
agitando el cloro.

No quiso volver:
nuestra vida acuática duró menos
de un mes.
En eso pienso
mientras lo veo usar sus antiparras
en tareas domésticas
potencialmente peligrosas para
la vista,
como la poda de ese arbusto inofensivo.


14

A veces
acerca la cabeza a la pantalla
para mirar la cara
de los actores porno:
depilados bajo los reflectores,
sobre un fondo de imperio romano
o de oficina,
se excitan metiendo sus dedos
en una boca o un ano,
y él sabe que solamente piensan
en la técnica:
una vez 
un piloto que violaba a un pasajero
miró por un segundo a la cámara,
él lo vio.

La pornografía no lo estimula,
menos las películas viejas
que lo hacen pensar en la vida actual
de esos tipos:
uno pisa los sesenta
y  sigue tragando anabólicos
para metamorfosearse en los gimnasios,
otro se volvió un pastor protestante,
otro se murió de sida,
otro decidió formar una familia convencional
porque necesitaba hijos
para sobrevivir.
Es raro,
me dice,
pienso mucho en ellos:
los imagino prendiendo el auto
en playas gigantes de estacionamiento,
los escucho moverse
entre las sábanas de piezas
a las que no voy a entrar,
los veo abrir las heladeras de sus casas
llenas de comida extranjera,
y aunque estemos en los polos opuestos
del planeta
hay algo que me une a ellos:
yo los vi eyacular.

Luciano Lamberti

1-

Yo pensaba en los que están despiertos
mientras los otros duermen, en los vigilantes,
en los que sostienen al mundo cuando nadie
lo ve, y el mundo corre el peligro de esfumarse.
Ellos no duermen, tienen los ojos blancos y el corazón
sintonizado en el futuro. Yo duermo
en medio de la tierra seca,
esperando al rayo desde el estómago gris de la nube
sabiendo que hay alguien velando por mí.



2-

Estaba en la tierra caliente y levanté los ojos.
Le hablé a la piedra encendida por siempre en la altura.
Le pedí: la consumación de todo lo visible,
la combustión espontánea, el granito calcinado por su beso.
¿Para qué? Para que no quede más que el amor,
la tenue sombra de un corazón desangrado,
el canto del grillo.




3-

Vos eras como el viento que atraviesa el monte.
Vos robaste la piedra encendida para que nadie se perdiera en el monte.
Eras la montaña que brama, la montaña que canta.
Vos no dejabas a nadie sin levantar una piedra
y ver el grillo. Nos llevabas a cuestas
hacia el rancho y la sombra.
Los últimos se quedaron balando y mirándose los pies.
Nos apagaste el corazón para dormir.


4-


En mis sueños traías fruta en las manos,
era el futuro. En mis sueños nos juntábamos a tu alrededor
para cantar, una luz de piedra encendida saliendo de tu corazón,
comiendo al lado de animales desnudos.
Vos venís, vos estás viniendo, se oye bramar
la tierra. Vos curás la primera herida que desfigura la cara.